COMO GATA BAJO LA LLUVIA.
No sé si este blog lo leerá alguna vez alguien.
Ni si quiera sé por qué he decidido abrir esta pequeña ventana y como gata, no en celo sino celosa, ponerme a maullar.
Siempre he escrito mis diarios en privado, no de forma anónima, aunque nunca he tenido especial cuidado en ponerle un candado o guardarlo bajo llave. Tal vez sea porque nunca sentí que estuviera guardando ningún secreto, simplemente escribía para desahogarme y ordenar mi mente.
Sin embargo, hoy escribo públicamente con la intención de que sean leídos. Tal vez porque por primera vez siento que tengo secretos y necesito compartirlos.
Hoy me siento como gata bajo la lluvia: desesperanzada, triste y sola, maullando en la noche por él, arrepentida, por todo lo que no construimos por miedo a querer, a amar y a ser. He perdido al hombre de mi vida y lo he lanzado a los brazos de otra mujer por un único motivo: mi miedo al compromiso.
Roberto siempre estuvo enamorado de mí, desde que lo conocí cuando teníamos 20 años. Trabajaba para Sofía en la juguetería del barrio. Sofía era amiga de mi madre, aunque no lo supe hasta ese día, poco después de que mis padres fallecieran repentinamente en un accidente de coche.
Hacía unos 11 o 12 años que no pisaba la tienda, desde la última vez que me llevé sin permiso una Polly Pocket. De hecho, fui a devolverle todas la muñecas que le había robado durante mi infancia. Las había encontrado ordenando y viendo los enseres de mis padres tras su fallecimiento. Me produjo vergüenza recordar que las había robado y, al mismo tiempo, cierta compasión por aquella niña que jugaba a darle a su Polly-Pocket la familia y los amigos de los que ella carecía. "En el fondo sigo siendo esa niña", pensé mientras las miraba. Decidí devolverle las muñecas y reconocer lo que hice. Me había quedado sin familia y ya no tenía edad para jugar a las muñecas.
El día que volví a entrar en "El Mundo de Sofía" me sorprendí de lo poco que había cambiado la tienda. La puerta seguía siendo arqueada, de madera vieja y decorada con flores, como si fuera la puerta de entrada de la casa de unos duendes, y hacía juego con el escaparate, que simulaba ser la ventana de esta especial casa. Al entrar, unas campanas colgantes avisaban de la presencia de alguien. El interior estaba decorado como si fuera un bosque. El suelo era de césped artificial y las estanterías tenían forma de árboles. Bajo ellos, había mesitas para sentarte a leer o jugar, pues Sofía dejaba probar los productos antes de comprarlos.
Roberto estaba tras el mostrador. Era la primera vez que lo veía y sus enormes ojos verdes me atraparon desde el primer instante. Clavé mi mirada en él y de repente el mundo se paró: me vi reflejada en aquellos ojos como si estuviera flotando en el mar. Cuando pude hablar dije:
- Hola, ¿está Sofía? Traigo algo para ella.
- ¡Hola! Está ocupada en la trastienda, ¿quién le digo que viene a verla?
- Ah, sí, perdón... Soy... Alegría.
Me costó pronunciar mi nombre. En aquel momento estaba triste y enfadada con la vida. Todas mis emociones tornaban a la negatividad; cualquier cosa menos alegría. "¿Cómo se les ocurrió llamarme así?"
- Vaya, no sé Sofía, pero yo te estaba esperando. Eres justo lo que quiero en mi vida.
Me guiñó un ojo, sonrió y desapareció para avisar a Sofía.
Tenía la mirada más bonita que jamás había visto. Pude ver la pureza de su ser y en aquel momento decidí que quería que formara parte de mi vida para siempre. Lo que no decidí, y a la vista está, fue el cómo. Y durante casi veinte años, pudiendo tener el plato entero para mí, me conformé con las migajas... no fuera que me hartara.
Hoy Roberto se ha casado con mi hermana.
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